El primer viaje de Unai

 El primer viaje de Unai fue en avioneta. Sí. Nadie lo podía creer, ni siquiera nosotros. Fue un vuelo inesperado. 

¿Qué hacía Unai ahí? Le quedaban dos días para nacer, aunque nosotros aún no lo sabíamos. Me levanté esa mañana con dolores en el bajo vientre. La noche anterior no me había encontrado muy bien, como casi durante todo mi embarazo. Andoni estaba estudiando para las opos, como cada mañana, con esa fuerza de voluntad que tanto lo ha caracterizado en los últimos años. Se levantaba de madrugada ya que la fecha se acercaba inminentemente. Me levanté de la cama, con mal cuerpo. Una vez de pie, sentí un "plof" y empecé a llenar todo el suelo de agua. Había roto aguas. Empecé a llorar, a gritar, a decir que ya no había nada que hacer. Estaba en mi semana 27. Llamamos a mis padres que vivían al lado. Eran las 8 de la mañana. 

No paré de llorar durante el trayecto de quince minutos hacia el hospital. Iba a dar a luz aquí, en Fuerteventura, en esta isla donde solo hay esperanza a partir de la semana 34, en esta isla preciosa donde había conocido al amor de mi vida pero que, por una u otra razón, me iba a impedir conocer a mi hijo. Llegamos y en seguida me atendieron. Unai pesaba aproximadamente un kilo. Nunca olvidaré la llamada de la Dra. Blanco al Hospital Materno Infantil de Gran Canaria para saber si había incubadora disponible. Es una de esas cosas que se te queda grabada en la memoria de por vida. Su tono de voz, su expresión, todo. Por fin llegó Andoni a donde me encontraba monitorizada. Parecía que había esperanza. Que, si se alineaban los astros y no pasaba nada alrededor, vendría un helicóptero u avioneta a evacuarme, a evacuarnos. Y así fue. 

Nunca olvidaré la cara de mis padres y de Andoni al despedirme en aquella ambulancia medicalizada. Me sentí tan sola, tan vulnerable. Incluso escribir estas líneas me emociona y me devuelve a ese preciso instante. 'Cariño, todo va a salir bien'. Y la cara de preocupación de Andoni. Y la puerta que se cierra. Y yo allí sin nada. Tristemente con una bata, un pañal, sin zapatos y con mi móvil y mi DNI. Nada más. 

Así comenzaba el primer vuelo de Unai. El primero de muchos, quién nos lo diría. En una avioneta camino a su primera aventura. Acompañada del piloto, del médico y del enfermero. Sin duda, gracias a la seguridad social de este país. De lo mal que me sentía por pertenecer únicamente a la privada ya hablaré en otra entrada. 

Andoni llegó seis horas después en el único vuelo disponible en una época donde se habían disparado los casos de covid y estábamos en nivel '567' como solía decir él bromeando. Aquella época donde aún necesitábamos justificante para viajar de isla en isla y para salir a partir de las 10 de la noche. 

Unai nació a los dos días, el 4 de febrero de 2021, a las 7.49h en un parto natural, sin epidural, en diez minutos con tres empujones. Pesó 1,040 kg y midió 38cm. Andoni casi ni llega desde la habitación. Aquella sala era el puro reflejo de la seriedad del caso. Si no contaba mal, habría más de treces personas y, si a eso le sumabas que era el cambio de turno, perdí la cuenta de todas las personas que entraban y salían. 

Cualquier padre o madre estaría sumido en la depresión y en lo más negativos pensamientos. Obviamente, no íbamos a ser la excepción. Sin embargo, estábamos en Las Palmas y Unai, en las mejores manos. Yo estaba derrumbada, ahogada en los pensamientos de por qué a mí, por qué a nosotros, por qué Unai. Yo no quería que nadie lo supiera, pero tenía que decirlo. 

Dar las 'felicidades mamá' a alguien que se encuentra en la situación en la que yo estaba no era lo más apropiado. Tampoco puedes enfadarte con esas personas. También hubo personas que me escribían para saber la evolución de Unai y yo les contaba animada, ilusionada. Y ahí estábamos, en el hospital, mientras otras madres decidían el tipo de lactancia para sus recién nacidos, yo tenía que recomponerme sola, después de dar a luz y no tener a mi hijo en brazos, después de saber que pasaríamos allí más de dos meses y sin saber a ciencia cierta cómo evolucionaría Unai. Solo sé que sin él, sin Andoni, no hubiera podido aprender a ser tan positiva.

Él. Él es ese rayo de luz en una tormenta tropical. El que encuentra algo divertido que hacer cuando todo es gris, cuando llueve o cuando truena. Andoni me recalcaba lo 'afortunados' que éramos de estar allí. ¿Afortunados? Yo le increpaba constantemente. ¿Cómo podía hacer semejante comentario? Y he de confesar que lo decía totalmente en serio. Y así fuimos durante las diez eternas semanas que estuvimos allí. Unos padres afortunados.


Lámina realizada por la matrona con la placenta de Unai.


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